Respondiendo a Quiltro,quien me posteó en mi entrada anterior, no creo que mi problema sea ser demasiado exigente. Más bien todo lo contrario. Debí haberlo sido más. Debí haberme tomado más tiempo para conocer a ciertas personas antes de saltar a una relación con ellas. O haber esperado más tiempo entre relación y relación y que sanaran bien mis heridas. O simplemente haber considerado que estar soltera no tiene nada de malo y no hay motivo para desesperarse. Cuando perdemos el amor, todos añoramos algún día volver a sentirlo, pero si bien no hay que cerrarse a las oportunidades y lo ideal es que nos mantengamos alertas, tampoco hay necesidad de buscar desesperadamente a un nuevo amor tampoco. Creo que tengo una necesidad muy grande de afecto. Seguramente un psicólogo me diría por qué. Yo no lo soy, pero puedo adivinar varias razones más bien obvias. Siempre, ante la más mínima demostración de afecto, ante la posibilidad de ser querida, he saltado a ojos cerrados sin detenerme a pensar en las consecuencias. Y han habido unas bien feas, no sólo para mí. Pero, ¿para qué más preludio? Empecemos la historia.
Mis relaciones comenzaron, al igual que las de mucha gente, cuando yo era adolescente, aunque fue una adolescencia medio tardía. Yo tenía bastantes problemas personales en ese tiempo, y la mayor parte de mis compañeros de colegio me parecían personas burdas y aburridas. Así que me tomó algún tiempo comenzar a buscar en otros círculos. En realidad, lo que me tomó tiempo fue comenzar a crearme otros círculos.
Cerca de los 18 años (unos meses antes, creo) yo tenía un amigo, de uno de estos “otros círculos” sociales. No éramos mejores amigos pero éramos algo más que conocidos. Digámosle amigo para que no suene tan complicado. Un día yo estaba sola en casa y lo fui a ver el trabajo, y le ofrecí que me fuera a hacer compañía. Juro que esto fue sin ninguna segunda intención. Simplemente era verano y él era la única otra persona que estaba en la ciudad. Llamé a varios otros amigos que se suponía que también estarían, y todos me fallaron por una u otra razón. Así fue como con este amigo pasó algo. De hecho, pasó todo, y fue mi primera relación sexual.
Yo hasta los 16 años había sido una niñita algo ingenua y bastante católica, con sus principios bien definidos y con toda una base para la vida que me funcionaba bastante bien, dentro de todo. Pero en ese tiempo mi mamá se enfermó de algo de lo cual nunca se recuperó. No murió, pero no volvió a ser la misma. Yo, sin padre (había muerto hacía varios años) y sin hermanos ni familiares cercanos excepto por mis ancianos abuelos maternos que poco o nada me entendían, ni tampoco lo que le ocurría a mi mamá, me quedé sola. Les cuento esto para que entiendan. Todo aquello en lo que creía en ese tiempo se derrumbó. Mandé al carajo a mi religión, las bases sobre las cuales vivía, mis principios, mis expectativas, todo. Tuve que partir de cero. Y me engañé a mí misma, me convencí de ser alguien que no era, creyendo en cosas en las que no creía. Me convencí que perder la virginidad era un trámite más y que si esperaba a que llegara el amor de mi vida, me saldrían telarañas. Me decidí a salir de eso rápido. Y cuando con mi amigo dejamos de darnos sólo besos y comenzó a hacer otros “avances” debo admitir que me sorprendió y no supe cómo reaccionar y lo dejé seguir. Nunca supe muy bien por qué. Luego intenté convencerme a mí misma que estaba bien porque había sido con alguien a quien yo quería y en quien confiaba. Pero nunca lo estuvo. Porque no me sentí muy bien. Sentí que no estaba lista. Me sentí pequeña, diminuta y sola. Muy, muy sola. Y ni las mentiras que me conté a mí misma me pudieron quitar esa sensación.
Mi amigo, pongámosle Juan, me fue a ver varias veces de esa noche en adelante. Yo ya no estaba sola en casa así que nos conteníamos más, pero a mí me agradaba que me fuera a ver, lo esperaba ansiosa, comenzaba a quererlo como más que un amigo, y un par de veces intentamos salir y hacer algo juntos fuera de mi casa y que no implicara tampoco que yo lo fuera a ver al trabajo. Eramos “amigos con ventaja” pero parecía que las cosas iban bien encaminadas a quizás convertirse en algo más. Al menos así veía yo el asunto en ese tiempo.
Pero cuando llevábamos como 2 meses en eso, Juan se puso distante, y pasó bastante tiempo sin irme a ver. Finalmente fue y decidió terminar esa “amistad con ventaja” que teníamos. Yo quedé muy sorprendida, no creía haberlo presionado, haberme comportado mal, no habíamos tenido ningún problema. Me dio una serie de razones, cada una más absurda que la anterior, y yo todas se las fui refutando con argumentos que deben haber sido buenos, porque finalmente me confesó la verdad. Le gustaba otra persona. Con ella si quería tener una relación seria, no lo que tenía conmigo. Me dio a entender que yo prácticamente tenía que darme con una piedra en el pecho por su deferencia de decírmelo dado que nosotros dos técnicamente no teníamos nada serio. Más encima, ella era amiga mía. No éramos íntimas pero éramos algo más que conocidas. Casi igual que él y yo antes de todo. O sea, ¿yo me tenía que enterar al verlos juntos, y él me hacía un favor al evitarme eso? Desde mi perspectiva, no era un favor, era un mínimo de decencia. Más tarde aprendí que no. Que muchos no tienen ese mínimo de decencia. Otros conmigo no lo tuvieron. Y me sentí agradecida que Juan me haya dicho la verdad en ese momento, aunque me costó sacársela.
Podría darles muchos detalles más que no vienen al caso. Realmente debo decir, en honor a la verdad, que Juan no me marcó tanto, que dentro de todo era un buen chico que cedió ante los “bajos instintos” conmigo y luego conoció a otra persona que le gustó de verdad. No era su culpa que pese a todo mi circo personal y familiar que hacía que mis profesores desde los 12 años elogiaran mi madurez, fuese tan inmadura para eso que llaman amor. Había mucho que en ese tiempo yo no sabía. No sabía que tenía derecho a pedir más, a exigir más respeto para mí misma, a no mentirme a mí misma. A reconocer con toda honestidad que yo al poco tiempo desde que con Juan comenzamos a ser algo más que amigos quería una relación. Y a exigirla y no conformarme con menos para no resultar herida después. Pero aún en ese tiempo ya estaba desesperada por algo de afecto y dispuesta a conformarme con lo que viniera. No quería espantarlo ni alejarlo. Estaba dispuesta a aferrarme a lo que fuese con tal de no quedarme vacía. Pero vacía me estaba quedando de antes y seguí quedándome después…