viernes, 7 de agosto de 2009

Víctor

Víctor fue un episodio particular de mi vida, uno que me enorgullece decir que no volví a repetir, a diferencia de otros, en los que me costó más aprender la lección.

Víctor y yo nos conocimos en ese verano en que yo tenía 18 años, después de ser una imán de freaks por un tiempo. Técnicamente nos conocimos un año antes, pero nos vimos una sola vez y luego nos limitamos a hablar por teléfono y por MSN. Siempre me decía lo atraído que se sentía por mí y me hablaba de las cosas que pasarían entre nosotros la próxima vez que nos viéramos. Verán, Víctor era medio manipulador, de esos que siempre te dicen qué quieres y qué sientes, y siempre es algo que a él le conviene. Y siempre se tendía a buscar a gente vulnerable, que él percibía de algún modo inferior, con quienes el jueguito le resultaba fácil. Yo caí redondita. Además, hay otro detalle sobre él: era físicamente muy atractivo, muy inteligente (podías conversar horas con él de los más variados temas) y era 9 años mayor que yo.

Víctor me decía cosas de ésas que te hacen sonrojar. Y yo, mendigando afecto, repetí mi error con Juan y me “dejé querer”. Sí, me atraía física y sexualmente, es cierto. Pero seguía deseando algo más, que me quisieran en serio, tener una relación de verdad con alguien. Pero siempre me hacía sus insinuaciones por teléfono y nunca nos juntábamos. Pasó un año entero. A veces ponía alguna fecha pero por algún motivo a último minuto no podía ir. Llegué a pensar que perro que ladra no muerde y que nunca pasaría nada. Gran error.

Un día sí nos juntamos y pasaron muchas cosas. Pero siempre era, según él, sólo en el plano físico porque yo era su amiga y me quería mucho como tal. Me llamaba por teléfono todos los días. TODOS, sin excepción y hablábamos horas. Pero Víctor era bueno para los monólogos y amaba el sonido de su propia voz, así que principalmente hablaba él y yo escuchaba. Si yo salía con amigos, recibía una llamada a mi celular que me interrumpía la fiesta y me hablaba un buen rato desde el celular de su hermano (él no tenía o no tenía dinero para llamar, no recuerdo). Mis amigas decían que parecía un novio que marcaba territorio o me “paqueaba”. Ironías de la vida.

A medida que salíamos yo me involucraba más y más emocionalmente de manera evidente. El me decía lleno de orgullo "te estás enamorando de mí” o “nunca antes habías sentido por nadie lo que sientes por mí” e intentaba obligarme a admitirlo, como siempre, diciéndome lo que yo sentía o pensaba. Hubo cosas que admití sólo por su insistencia, no porque realmente las sintiera, especialmente en el ámbito sexual, donde intentaba echarse muchas flores y, en realidad, no era para tanto. Pero en el plano emocional era más difícil. Cuando me encaró sobre mis sentimientos me quedé callada. El silencio otorga, y así lo entendió. Insistió y le respondí que para qué preguntaba tanto si sabía la respuesta. Luego de eso no quedaba nada más qué decir.

Alguna vez me mencionó que si no estuviera aún enganchado de su ex, estaría conmigo. Que eventualmente esperaba poder dejarla atrás y reconstruir su futuro conmigo. Esto me hizo mucho daño porque supongo que realmente le creí y esperé que eso ocurriera algún día. Pero no fue así. El no terminaba nuestra “amistad con ventaja” pese a saber que yo sentía más que él, y yo no la terminaba pensando que era peor no tener nada de él en absoluto. Hasta que un día lo hizo. Intentó decirme que era porque yo lo estaba pasando mal. “No te he hecho bastante daño, ya?”, me dijo, pero la razón era otra, y me la hizo adivinar. Me preguntaba insistentemente cosas que me daban a entender que le gustaba alguien que yo conocía. Una amiga mía, nada más y nada menos.

Lo peor fue que me hizo adivinarlo. Fue incapaz de decírmelo por sí sólo a la cara. Decía que yo era “medio bruja” y me daba cuenta de cosas y quería, básicamente, saber si yo lo veía con ella, si le iba a resultar o no. Lo odié. Me había portado bastante digna hasta ese momento, en el que rompí a llorar estrepitosamente. Todo el tiempo creyendo que no podía sentir nada por mí porque estaba enganchado de su ex. Y resulta que sí podía sentir algo por alguien que no era su ex… ¡sólo que esa alguien no era yo! Y él intentaba consolarme diciéndome cosas como “si nunca va a pasar nada” o “ella está en otra etapa”. Pero daba lo mismo, lo importante no era eso, era que él quería que pasara algo serio con ella y no conmigo. ¿Y de qué otra etapa me hablaba, si mi amiga tenía mi edad? ¡Maldito profanador de cunas!

Por supuesto que le resultó con mi amiga. ¿Y quieren saber como pretendían decírmelo? Yo me iba a juntar un día con unos amigos a quienes no vi en casi todo el verano, era mi reencuentro con ellos. Se me ocurrió avisarle a esta amiga. Y al rato me llama él diciéndome que va a ir y que nos vemos a la noche. La llamé a ella para preguntarle que qué ocurría y resultaba que querían decírmelo juntos y en persona, aprovechando mi encuentro con mis otros amigos. Ella no quería decírmelo por teléfono. La obligué. Así de simple, me sentí como en una emboscada. Accedí hablar con ella, pero no con él, no quería verlo. Estaba harta de sus manipulaciones. Que me dijera una cosa, resultara ser otra y luego intentara arreglarlo todo para su conveniencia. Yo tenía que entender todo, como si fuera un robot, como si no hubiese espacio para sentir. Y sentía, sentía mucho. Me sentía traicionada, manipulada y emboscada.

Al final él fue igual, así que no hablé con ninguno de los dos. Pero con ella arreglé las cosas unos meses después, por si se quedaban con la duda. Con él no hablamos nunca más.

Supe que después andaba contándole a la gente que yo me había enojado con él porque yo “juraba que estaba pololeando con él y sentí que me engañó pese a que él siempre fue claro en decirme que lo nuestro no era serio, que sólo éramos amigos”. Conveniente forma de omitir que él sabía mis sentimientos por él y orgullosamente se pavoneaba de ellos, que me dijo cosas como que de no estar enganchado de su ex estaría conmigo, y sus llamados telefónicos diarios que duraban horas y que no se saltaban ni un sólo día. Supongo que fue como la historia de Juan, pero peor. Al menos Juan nunca jugó con el interés que yo sentía por él ni me manipuló ni me dijó lo que yo sentía y debía sentir para que las cosas salieran a su manera. Por eso fue que nunca le volví a hablar a Víctor. No porque estuviera con otra y yo me sintiera traicionada. Sino que porque que estuviera con otra y poder tomar aire de él me hizo ver con claridad como había sido conmigo todo el tiempo. De pronto vi tan claro que me había manipulado todo el tiempo y que nunca podría volver a confiar en él que me sentí muy tonta por no verlo y alejarme antes.

Uf, suena como con odio el párrafo anterior. Aunque no lo crean, no es tan así. Es que nunca escribí sobre esto antes, no así, nunca tan directamente. Al final me quedaron muchas cosas buenas de él, de todos modos. Aprendí mucho, sobre mí misma y sobre los límites que debo poner para estar bien y nunca volví a involucrarme con alguien así. Aunque no lo crean, a veces pienso que me gustaría ser su amiga, pero esta vez de verdad, sin insinuaciones ni nada físico, nada de “ventaja”. Sólo conversar con él de la vida. Recuerdo lo agradable que era antes que comenzaran las insinuaciones. Pero es sólo una sensación pasajera. Dudo que sea una buena idea.

1 comentarios:

una Nadia dijo...

me lo leí todo de corrido...
Yo me estoy mudando a la firme convicción de que hay gente que no hay que tratar de herirla con palabras... a puros combos hay que hacerles llegar tu sufrimiento.
Saludos, te sigo!

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